lunes, 29 de noviembre de 2010

Sobre fugas y otras filtraciones.

El lanzamiento del sitio web Wikileaks (leaks: fugas, filtraciones) se produce en 2006, aunque comienza a publicar en 2007. Pero el reconocimiento y auge mundial ocurren este año, cuando en abril, se publica un video que muestra como soldados estadounidenses asesinan a poco más de una decena de personas entre las que se encontraba un periodista de Reuters. A partir de allí, los términos, “fugas” “filtraciones” y “documentos secretos” comienzan a estar en boca (y websites) de todo el mundo. Y Wikileaks, de la mano de Julian Assange (fundador y editor del sitio web) comienzan a obsesionar a todo el mundo: cibernautas, ONG, y especialistas en Relaciones Internacionales en general; y empleados y altos mandos de servicios secretos mundiales  en particular (un fiel "seguidor": el Pentágono).

Ahora con la revelación de más de 250 mil documentos clasificados de la diplomacia estadounidense, como hace casi dos meses atrás, Wikileaks no deja de sorprendernos, y no sólo por los golpes que va asestando sino también por los destinatarios de dichos golpes: el Ejército de los EEUU, bancos, entidades religiosas, y ahora la diplomacia de los EEUU (¿o deberíamos decir del mundo?). Pero por sobre todo, si hay una certeza, es que desde su aparición, Wikileaks nos permitió ser testigos de que era posible poner en jaque los intereses de los poderosos. E ir por más.

En el mes de agosto, en el sitio Rue 89, (la publicación digital francesa de los antiguos periodistas del diario impreso“Liberatión”) apareció un interesante artículo sobre el “síndrome Wikileaks”, en el que se hacía mención al miedo –bien fundado- del Partido Comunista Chino en caso de que sus secretos de Estado fueran revelados. Secretos que la misma blogósfera china comenzó a especular a través de una lista en la que se mencionaba: la Gran Hambruna China, el testamento y el cofre de Mao, por supuesto, la masacre de Tian’anmen, y las cuentas bancarias en el exterior de los dirigentes del Partido.

Y es que debemos sincerarnos: parte del éxito de Wikileaks y sus revelaciones se basa en que ponen sobre la mesa los temas que casi todo el mundo conoce, ha escuchado hablar y de hecho, quiere ver en los medios (impresos, televisivos, radiales y on-line) y en las agendas mundiales: El mismo Assange lo explica en una entrevista concedida al diario español “El País” en Octubre de este año: “Yo creo que los lectores sí demandan periodismo de investigación, pero el coste por palabra en relación con otras formas de periodismo es alto, especialmente, el periodismo subvencionado por intereses especiales.” 


Wikileaks aprovecha todos los recursos que tiene a su alcance para destapar la olla. Uno de ellos, los principales medios del mundo a los cuales invita a la fiesta para que, a través de sus titulares, luego hagan correr como reguero de pólvora la primicia – los invitados de honor: El Pais de España, The Guardian del Reino Unido, Der Spiegel de Alemania, y Le Monde de Francia-. Otro recurso, quizás el más sabroso, su sitio web, al colgar en su propia página los documentos. Estamos todos invitados al banquete: para leer, enterarnos, pensar, criticar, despertar.

Hoy todos hablamos de Wikileaks y de Julian Assange. Probablemente lo seguiremos haciendo – y realmente sería fantástico así que fuese -. Tal vez el magnestismo de Wikileaks y de sus revelaciones sea el hecho de que más allá del impredecible clima político y económico mundial,
como dice Pierre Haski de Rue 89 “existe una zona de fragilidad, de incertidumbre y de temor en un mundo cada vez menos controlable”. Y que no sólo afecta a EEUU y a su hegemonía tambaleante, sino también puede llegar a incomodar a otros nuevos poderosos como China cuyo desarrollo económico y su estado indiscutido de gran potencia nueva aún así le hacen temer lo que pueden depararle las publicaciones indiscretas de un sitio web como el de Assange.

Estamos ante un nuevo paradigma mundial de full spectrum: político, económico, social donde el uso y abuso de la información se encuentran en un punto de inflexión. Vale la pena citar nuevamente a Assange: "No creas a nadie. No creas a nadie. No creas a nadie. Te estarán mintiendo.” Y probablemente la frase de la fotografía que ilustra esta nota ya esté pasada de moda. Al parecer ya no existen los secretos.


EDF

domingo, 28 de noviembre de 2010

‘Yo tampoco veo mucha tele’

Hay niveles de adicción que prescriben la ausencia absoluta de la sustancia para, ya que no hay otra forma de controlar el consumo. Del mismo modo, soy tan adicto a la televisión que, como solución, decidí vivir sin TV. Es tanta mi adicción (y quizá, mi abstinencia) que, en cuanto hay un TV en un bar no puedo dejar de mirarlo, por más que esté transmitiendo un partido de cricket de la India. En esos casos la solución es ponerme de espalda a la pantalla, solo entonces, vuelvo a estar.

Pero lo curioso de no tener TV, y por lo tanto no ver TV, es la reacción del Otro. Suele suceder que alguien comenta de algún programa o spot publicitario y me dice '¿lo viste?', mi natural respuesta es 'no, no tengo tele'. Dicho esto generalmente se produce un cambio sensible en mi interlocutor, primero pasa a mirarme como a un fenómeno de circo e inmediatamente cambia la charla y empieza a soltar frases como 'yo tampoco veo mucha tele' o 'la prendo solo para que me haga compañía', otra muy escuchada es 'generalmente veo Discovery (o History o Natgeo, según el caso)'.
Hoy por hoy, la TV es mucho más que un aparato en la vivienda, es parte del discurso social. Cumple la misma función que el clima en una charla intrascendente, propone temas de conversación (bajo el supuesto de todos la consumimos). Sin embargo, la televisión (abierta particularmente) me figura un monstruo que se consume y a su vez se regenera a sí mismo, descomponiéndose un poco en cada ciclo. ¿Acaso a la siesta no hay solo programas que hablan de lo que pasó en otro programa o de lo que pasó en ese programa días atrás? Por otro lado, los canales de deportes tienen presentaciones que no deben envidiarle nada al más descarado programa de chimentos.

Volviendo a la reticencia a reconocer que se ve TV me hace preguntar ¿es tan mala la televisión que quien la ve sabe que está consumiendo basura y le da vergüenza reconocerlo?

O quizá el punto central es más simple, quien ve televisión sabe que pierde el tiempo. ¿No es la pérdida de tiempo una señal de vacío? ¿No estará relacionado con el acto de prender la tele para que 'haga compañía'?
JJD