martes, 7 de diciembre de 2010

NASA versus Wikileaks

La existencia de ciertas bacterias que no precisan de oxígeno y que asocian un nuevo elemento en su constitución molecular, un elemento que hasta ahora no estaba presente en ninguna forma de vida, el arsénico, cambia el concepto tradicional de ‘vida’. El descubrimiento, que resonó en todos los medios del mundo tras la alta expectativa sembrada por la NASA, no fue tan interestelar como parecía.

La noticia aparenta ser un descubrimiento revolucionario a la luz del conocimiento científico actual y de lo que hasta ahora se consideraba las condiciones necesarias para la existencia de vida.Pero el anuncio, repetido por diversos medios del planeta, contuvo una sensacionalista intención: la de formular la posibilidad de la existencia de vida extraterrestre aún cuando el artículo original de al revista Science.
Ese aspecto, tiñó de amarillismo un informe científico. Y no fue casualmente.
En medio del escándalo mundial por las revelaciones del portal Wikileaks, de la búsqueda incesante de su titular Julian Assange (finalmente capturado), de la historia del hacker que robó los 1,6 Gigabytes de información calificada enmascarado en un disco de Lady Gaga, de la fabulosa historia de un hacker (?) que traiciona a otro hacker revelando su identidad a favor de el Establishment,  de la extraña preocupación de los embajadores por el colon irritable del difunto Néstor Kirchner y otras tantos componentes del destape del Departamento de Estado de EE.UU., la NASA casi de modo casual lanzó su rimbombante anuncio sin morigerar conceptos como  “extraterrestre” o “vida en otros planetas”.

Así, en vez de anunciar que encontraron una nueva forma de vida en un lago en California, en vez de limitar su discurso a la prudencia, al sano juicio que habitualmente tiene la ciencia, la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) deslizó que este descubrimiento abre la posibilidad de que sea más posible aún la vida en otros planetas. En realidad esa posibilidad es tan consabida como inverificable. Al menos hasta hoy.

En rigor, el descubrimiento anunciado no muestra otra cosa que una excepcional habilidad de la Vida para desarrollarse en las más hostiles condiciones: los gusanos y peces que viven en las profundidades de la Fosa de las Marianas, a once mil metros de profundidad en el océano, con unas 1100 atmósferas de presión, prueban algo análogo. O el descubrimiento de bacterias que ‘comen’,  hidrocarburos cuya publicación data de hace unos meses, y que podrían vivir en medios como el de Titán, una de las lunas de Júpiter, también abren ese derrotero de especulaciones tan científicas como ficcionales.

Más allá de la posibilidad de que exista vida en otro planeta, en alguno de los que giran alrededor de los 300 mil millones de estrellas que pueblan nuestra Vía Láctea, más allá de la altísima probabilidad de que en algún remoto planeta de este universo se den condiciones análogas a la de La Tierra, más allá de la teoría de la Panspermia (según la cual la vida abunda en el universo, viaja a través de éste en cometas o meteoritos y se va ‘sembrando’ por doquier) el descubrimiento tan anunciado, no prueba nada, ni justifica el uso de tanto sensacionalismo en su publicación.

Aparentemente, mucho más cerca que las lejanas lunas de Júpiter, que los lejanos planetas que podrían albergar vida, de las siderales esperanzas de no estar solos en el universo, el escándalo de los 250 mil cables que revelan como piensa el Gran Hermano, no el literario,  no el televisivo, el real, necesita de cortinas de humo de esta clase.
Lo extraño, lo dramático de todo esto, es que ni siquiera la comunidad científica, en quienes tenemos la poca fe que por algo tenemos,  quedó fuera de la necesidad imperial de tratar de distraer la atención mundial, enfocada en las revelaciones de los documentos del Departamento de Estado de esa nación que a todos mira, que a todos vigila, tal como aquel panóptico de Bentham del que habla Michael Foucault.

Del mismo modo que podemos suponer que la vida en otros planetas es posible, podemos suponer que la ciencia no es tan libre como creíamos,  y que obedece a ciertos espurios intereses, aunque de ello no tengamos suficientes pruebas y aunque en este mismo momento se estén redactando informes más secretos que los revelados por el cable-gate.
CDD

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