sábado, 11 de diciembre de 2010

Virtudes de la bicicleta

Este texto del recientemente desaparecido Dr. Profesor Samuel Schkolnik nos revela las múltiples dimensiones que tiene ese aparato tan común en nuestras vidas, la bicicleta. La visión de este auténtico filósofo vernáculo corre el velo de lo cotidiano y accede a lo profundo de la existencia de la simple bicicleta.

Samuel Schkolnik
 "En la penumbra del zaguán duerme su liviano sueño la bicicleta. No hay condición más modesta que la suya: antecesora del avión, prima del automóvil, hermana de la motocicleta, se distingue empero de sus rumbosos parientes en que no promete sino lo que es capaz de dar. Obra de artificio, y sin embargo veraz, nada en ella anuncia una ve­locidad de vértigo ni una eliminación completa del esfuerzo humano: basta con atender por un momento a su escueta arquitectura, para sa­ber que nos transportará de un lugar a otro siempre y cuando nos re­partamos con ella ese trabajo.
         Aceptada la declaración de humildad que su presencia conlleva, se nos revela no obstante que ese rígido esqueleto, ese manubrio, ese par de ruedas, lejos de reducirse a una materialidad yacente, con­figuran una materia dispuesta al júbilo del movimiento, como si su apariencia de quieta cosa hubiese cifrado una invitación a la marcha, que nuestros torpes hábitos, hechos a ruidosos mecanismos de arran­que, no sabían percibir.
         Seamos sensibles a esa recatada señal; que nuestra capacidad de responder no se limite al público ofrecimiento recibido en la traji­nada calle, sino que se ahonde hasta hacernos alcanzables también por el gesto sutil que se nos destina en un recogido zaguán. Montemos, en fin, la bicicleta, démonos a la levedad de su andadura, echemos a rodar en el fino encordado de sus ruedas el sosegado compás de los pedales por el que se obtiene el equilibrio, y nos será dado conocer con maravilla su corazón de ave pedestre, su sabia manera de acceder a la gracia sin desacatar la gravedad: sólo dos puntos de contacto con el suelo mientras lo demás de su estructura se yergue vertical, avanza, corta el aire y suscita el cabrilleo de la luz en sus meta­les.
         Acaso para dar más fuerza a un sentimiento de levitación como el que ahora nos aligera el alma, fue que los hermanos Wright, en su negra bicicletería, imaginaron las alas y el motor que permitieran despegarse por completo de la tierra. Desdichada invención, por cier­to, de cuya desmesura tan dolorosamente se sabe en Nagasaki y en Guernica, y que, en vez de acortar las distancias, acaba por lisa y llanamente suprimirlas. (Suprimidas las distancias, ¿qué resta de la impresión de lejanía en que nace toda voluntad de traslación? ¿Qué viaje puede de veras serlo si su destino es un trivial aeropuerto?   ¿Quién es capaz de imaginar, en semejante escenario, no ya a un mero James Bond, sino a Marco Polo?)
         Más hubiera valido perseverar en la dos veces rotunda bicicleta que no en esos ingenios de incertidumbre, porque el verdadero progre­so no advenía en la imperial locomotora, ni en el automóvil aspaven­tero, ni en el zarandeado tranvía, sino en una máquina simple como la que en esta clara mañana nos transporta, feliz conjugación del trián­gulo y el círculo, capaz de moverse --como los cielos de Pitágoras-- con armonía silenciosa, y de enseñarnos, por pura operación de su figura, cuál es la forma de las entidades perfectas.
         Pero ya una vez quisieron los dioses encerrar la esperanza en caja de cala­midades; ¿qué tiene de extraño que a la grácil bicicleta, pobre de solemnidad y rica de regocijo, la cercaran de torres ferru­ginosas y chimeneas de melancolía? Dejemos que esas desgracias echen a volar y quedémonos con este manso artefacto, democrática montura que sin tener humos --nunca tan atinadamente dicho-- sabe conducirnos a cualquier parte, recordándonos una y otra vez que el hombre es la medida de todas las cosas: de las que son, en tanto que son, y de las que no son, en tanto que no son.
         No echemos en saco roto su filosófica lección, y devolvámosla con gratitud al íntimo zaguán de su paciencia."

No hay comentarios:

Publicar un comentario